domingo, 25 de noviembre de 2012

Hombre de maíz



Maya significa hombre de maíz. En las calles de la ciudad de México nadie puede librarse del maíz. Tacos con tortillas de maíz, tamales con granos de maíz molidos, enchiladas con maíz, guacamole con totopos de maíz. Menos aún pueden negarse al temido rey de la cocina mexicana, al chile, que los hay de mil colores y tamaños, y todos pican: jalapeño, serrano, verde, poblano, güero, manzano, chile chilaca o pasilla, habanero. Y están presentes en las frutas, en chupetines y caramelos, en las sopas, en las carnes, en las verduras y en las bebidas. Para ser mexicano debe gustarte el chile, enchilarte a fuerza de coraje, una y otra vez, hasta que tu boca sea conquistada por completo. La experiencia se resume así: una lágrima se escapa de mis ojos y se desliza lento por mi cuello, que hierve tanto como mi corazón que late aceleradamente. Y mis mejillas coloradas, se ven aliviadas cuando bebo sin respiro hasta que en el vaso ya no queda ni una gota de michelada, cerveza bien helada con jugo de limón que calma mi garganta y unos granos de sal que juegan con mi lengua.

Por María Hegouaburu. 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La casa movediza


Vivimos en una casa que se mueve cada vez que un camión pasa por la calle. En una casa que se balancea como una canoa que descansa en algún lago. Salgo al balcón y el sol me acaricia, pero hoy los cerros no se ven en el horizonte. Igual respiro. Hay un México distinto en esa hora que no es ni de día ni de noche. Ayer, en la sobremesa, soñamos Chiapas, el estado más bello según me cuenta Cate. Le creo. En la madrugada, unas horas después de esa charla la tierra del subcomandante Marcos tembló y también mi cama, que se agitó durante dos minutos eternos, tanto como el espejo de la pared, que golpeteaba firme como si la casa se hubiera poblado de tambores vivos


Por María Hegouaburu

Minuto uno


Calor en Orizaba y san Luis Potosí, La Roma. Tengo la nariz seca, áspera. Paso por el mercado de Michoacán, un señor con voz serena habla por celular con su nieta, -te quiero mucho mijita, pasame con tu hermanita que quiero saludarla también. Le pido al chico del puesto de la esquina un jugo de pomelo recièn exprimido, toronjas generosas, pulpa roja. 11 am, el barrio está tranquilo como el parque que cruzo y los árboles que dan sombra. Me pica la nariz y los ojos. Estoy contenta, no necesito nada, me digo. 6 pm, entrevista. Llevo una camisa blanca, estoy llegando a la puerta del metro, un médico a mi lado. Y sangre que brota de mi nariz sin dar aviso. Veo mis manos salpicadas, como si se trataran de lienzos expresionistas. La camisa, inmune, permanece blanca como la nieve. -Güerita, sientate aquí. -Güerita, toma estas servilletas, para limpiarte. -Muchas gracias. Ahora me acuerdo, 2800 metros de altura, DF, México, calor seco, polución. Corro a los sanitarios, pago 5 pesos mexicanos, impecables. El metro revienta, me subo al vagón que queda frente a mí, voy con prisa. En ese momento siento el bautismo de oro, una mano moldea mi culo con desenfreno. Miradas desentendidas, pero yo sé quién fue. Lo miro intensamente, -hijo de puta, dicen mis ojos, fuiste vos. Pero él me muestra su nuca. Esta güera te perdona, sólo porque es el minuto uno. 

Por María Hegouaburu.