Vivimos en una casa que se mueve cada vez que un camión pasa por la calle.
En una casa que se balancea como una canoa que descansa en algún lago. Salgo al
balcón y el sol me acaricia, pero hoy los cerros no se ven en el horizonte.
Igual respiro. Hay un México distinto en esa hora que no es ni de día ni de
noche. Ayer, en la sobremesa, soñamos Chiapas, el estado más bello según me
cuenta Cate. Le creo. En la madrugada, unas horas después de esa charla la
tierra del subcomandante Marcos tembló y también mi cama, que se agitó durante
dos minutos eternos, tanto como el espejo de la pared, que golpeteaba firme
como si la casa se hubiera poblado de tambores vivos.
Por María Hegouaburu
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