sábado, 26 de mayo de 2012

Conversaciones con una activista


Lunes 14 de Mayo de 2012
Quiero hablar de Ann Wright, una mujer maravillosa que tuve la oportunidad de conocer gracias a amigos de amigos, aquí en Londres. Pasé la navidad del 2011 con ella y su familia en su casa de Highgate, sobre las colinas del norte de la ciudad. Me acogieron con calidez y sin medir demasiado las formas, de la misma manera que ya lo habían hecho con amigos argentinos exiliados, cuando corría el año 1976. (Ya les contaré más adelante). El caso es que esa casa me vería entrar y salir una y otra vez, fascinada con las historias de esta inglesa nacida en Manchester, ex azafata de la mítica Pan Am, y más tarde activista de la paz en América Latina y Palestina. Amante del Che, fotos del comandante con su seductora sonrisa inundan las paredes de su cuarto, del living y de la cocina. El 25 de diciembre al mediodía encendimos el fuego del hogar, comimos salmón rosado y brindamos con champagne. Eso sí, esta vez su hija Amaranta recibió un regalo para ella, no como en su niñez y adolescencia en las que Papá Noel llegaba con un sobre bajo el brazo, y que en su interior indicaba que el presente de ese año equivalía a un cheque por -pongamos- 100 pounds para donar a la institución benéfica del barrio. 

Ann me contó que en los años sesenta, cuando era azafata de la Pan American Airways, sufría mucho el uniforme, sobretodo el cinturón tipo corset en el que debía sumergirse cuando estaba quemada por el sol (lo cual era bastante usual, dado que volaba una vez por semana al Extremo Oriente). No podía rehusarse a usarlo y menos aún desestimar las normas de aseo personal draconianas, a tal punto que tuvo que pasar la humillación de ser reprendida por su jefe en varias ocasiones por estar excedida de peso, sin suficiente maquillaje o con el pelo demasiado largo. Sin embargo, cuando piensa en ello, afirma convencida que el precio a pagar fue mínimo por las enormes oportunidades que le daría ese trabajo. “Para una muchacha provinciana de un suburbio al sur de Manchester, mis tres años como azafata de vuelo fueron mi educación superior. Desarrollé una conciencia global que nunca podría haber adquirido en la escuela o la universidad, me di cuenta que podía ir muy lejos en la vida, siempre y cuando colocara mi mente en ello y me comportara con sensatez. Si no hubiera sido por Pan Am, estoy bastante segura de que hoy no sería una activista de derechos humanos, integrante de las brigadas de paz”. 

Sus padres, como muchos de su generación, decidieron que sólo podían darse el lujo de la universidad para uno de sus hijos, el varón. A pesar de tener una beca para la Escuela Withington Girls (en ese momento uno de los mejores colegios públicos del país), y siendo una de las chicas más inteligentes de su clase, a los 16 años decidió trabajar de secretaria. Sus profesoras nunca se lo perdonaron. Pero Ann se las arregló para irse a Ginebra. Un año más tarde viajó a Munich, donde vivió con una chica brasileña. Las exóticas historias de su pueblo comenzaron a despertar su curiosidad y deseó poder ver con sus propios ojos lo que sucedía en el otro lado del océano. 

Poco tiempo después Ann tuvo la chance de su vida: Pan Am estaba contratando tripulantes de cabina en Berlín para el servicio entre las ciudades de Alemania Occidental y Berlín Occidental. El anuncio decía “Sólo alemanas”, pero igual se animó a presentarse, con un buen manejo de francés y alemán. Fue aceptada para vuelos internacionales y a los 21 años en el año 1964 viajó a Nueva York para ser entrenada, y luego volar desde San Francisco hacia el continente asiático. 

“Una de las anécdotas más divertidas que viví sucedió en Hawaii, cuando ayudé a un hombre francés con su inglés en la aduana, y resultó ser el actor francés Alain Delon. Por la tarde, me encontré con él en el Hotel Royal Hawaiian, donde los dos estábamos quedando, y él me invitó a cenar.”, recuerda Ann y sin dejar lugar al silencio, continúa: “En San Francisco era difícil no ser influenciada por la fuerte campaña contra la guerra de Vietnam. El Flower power hacía furor entre los jóvenes mientras que tripulaciones y aviones de Pan Am estaban siendo utilizados por militares de EE.UU. Me desconcertó hablar con los soldados, de mi misma edad, y que por debajo de su fanfarronería y jactancia apenas entendían porqué estaban luchando.” 

Un año después Ann conocería a su futuro esposo, un corresponsal de Reuters que sería trasladado a Buenos Aires. El fervor revolucionario se hizo cargo de América del Sur, y cuando luego de 6 años se vieron obligados a abandonar el país tras el golpe militar del 76, Ann se lanzó a las campañas de solidaridad para apoyar a aquellos que sufrían la represión de las dictaduras latinoamericanas.

A los 34 años, finalmente obtuvo el título de Estudios Latinoamericanos de la Universidad College de Londres y, posteriormente, fundó una empresa de traducción y subtitulado, que le permitió ganarse la vida desde entonces. (Vale destacar que tradujo al inglés el libro “El Che quiere verte”, de su amigo Ciro Bustos). Pero son sus años como azafata de vuelo los que la prepararon para lo que todavía hoy hace, a los 68 años, como activista de derechos humanos. Con Brigadas Internacionales de Paz, trabajó en Colombia -allí 140.000 personas fueron asesinadas en los últimos 10 años y otras 15.000 han “desaparecido”, y también pasó períodos en la Ribera Occidental como voluntaria para el Programa Ecuménico de Acompañamiento en Palestina e Israel (EAPPI, siglas en inglés), en los puestos de control, atendiendo en las demoliciones de viviendas y protegiendo a las comunidades vulnerables de ataques de los colonos.”

Me alegro mucho de haberme cruzado con esta inmensa mujer.


Por María Hegouaburu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario